El viernes pasado realicé el certificado de eficiencia energética para una vivienda unifamiliar que, pese a ubicarse en Bigues i Riells, disfruta de unas vistas impresionantes de la ciudad de Barcelona. Aquellos que viven en poblaciones circundantes al área metropolitana están acostumbrados a ver la ciudad condal desde la distancia, y saben que no siempre se ve igual. Sucede que, en función de la climatología, toma mayor o menor presencia la nube de CO2 que la cubre habitualmente.

Quienes ya dispongan del certificado de eficiencia energética habrán podido comprobar que en la calificación de la vivienda, el edificio o el local aparecen dos columnas. En una de ellas se considera el consumo final de la vivienda por unidad de superficie y año, en la otra las emisiones de CO2 en esos mismos términos unitarios. Se deben valorar estas dos cuestiones porque una cuestión es la demanda energética de la vivienda (el calor que hay que aportar para alcanzar unos niveles de confort) y, otra, el rendimiento de las instalaciones y la contaminación que produce la fuente de energía utilizada. En cualquier caso, el objetivo que persigue el RD 235/2013 es reducir las emisiones de CO2 derivadas del consumo energético de las viviendas y, por eso, hace obligatorio disponer de la calificación energética en las ofertas de venta o alquiler. Porque para que se produzca el cambio debe haber conciencia y voluntad, y para que haya conciencia y voluntad es necesario conocer.

Todavía nos encontramos en un periodo de transición, pero la obligatoriedad de disponer de ese certificado contribuirá a la toma de conciencia por parte los compradores o arrendatarios acerca de las virtudes de las viviendas que dispongan de una buena calificación energética. Entre ellas, un gasto mucho menor en los suministros energéticos para la calefacción, lo que a medio plazo contribuirá a que el factor energético sea un elemento más de valoración de las viviendas. La gente preferirá viviendas que consuman poca energía, lo que se traducirá en mayor valor para las viviendas eficientes y menor para aquellas que no lo sean, tanto en el precio de los alquileres como de venta. Las rehabilitaciones en el parque de viviendas existentes tendrán cada vez en mayor consideración este hecho y nuestras viviendas acabarán contaminando menos. No por una razón ética o de compromiso medioambiental, que sería conveniente adquirir, sino a partir de la suma de los intereses privados de los usuarios y de la competencia entre los propietarios o promotores inmobiliarios por ofrecer el producto que mejor se adapte a la demanda. De manera que podemos concluir que, con el tiempo, el aire de nuestras ciudades estará más limpio gracias a un decreto que establece la obligatoriedad de certificar energéticamente los edificios. Algo que también aporta otros beneficios en términos de sostenibilidad social y económica, pero esto lo dejo para otro artículo.

Sergio Sanz
Arquitecto de KAITEK ARQUITECTURA

Nota final.  La demanda energética de la vivienda que sirve para introducir este artículo es muy elevada como consecuencia de no disponer de ningún tipo de aislamiento térmico. A esto, se le añade una instalación energética ineficiente que consiste en una caldera de gasóleo, lo que en suma conlleva obtener una calificación G en los dos aspectos considerados (CO2 y demanda energética). La vivienda, de 270 m2 útiles, produce un gasto anual de 4.200 € de combustible fósil. En el informe se le propone una solución de ejecución sencilla para aislar la vivienda que permitiría ahorrar un 75 % de la energía y de las emisiones de CO2, lo que comportaría reducir la factura anual hasta los 1.050 €. Sólo con esta medida, además, la calificación daría un salto de 3 letras hasta la D en la demanda energética, y de dos en la de emisiones de CO2, que en el caso de cambiar la caldera por una de biomasa pasaría a disponer de la máxima calificación energética, la A.